La productividad de la soya comienza mucho antes de la siembra y del desarrollo de las plantas en verano. Detrás de un cultivo exitoso, la atención al suelo durante el invierno ha demostrado ser decisiva para alcanzar altos niveles de rendimiento. En medio de tantas decisiones que el productor debe tomar en la entresafra —como manejar el suelo, sembrar cultivos de invierno o apostar por coberturas vegetales—, es precisamente en este período cuando se puede determinar el desempeño de la próxima cosecha.
Para el profesor Ricardo Balardin, PhD en Fitopatología y Chief Science Officer (CSO) de DigiFarmz, comprender el papel del invierno en la estructuración del suelo y en el equilibrio biológico del área es fundamental para quienes buscan resultados consistentes. “Es fundamental que las raíces de la soya puedan alcanzar mayores profundidades sin gastar energía intentando atravesar capas compactadas. En experimentos, vimos que el sistema radicular pivotante de la soya puede llegar a 1,8 metros de profundidad en unos 20 días después de la emergencia, cuando hay una porosidad adecuada”, explica.
Este tipo de suelo bien estructurado no solo optimiza el aprovechamiento de los nutrientes, sino que también hace que la planta sea más resiliente durante períodos de estrés hídrico. Y aunque parte de estas condiciones físicas tiene origen mineralógico, su manejo es una responsabilidad continua del agricultor.
¿Grano o cobertura? La duda del invierno
Con la llegada del invierno, especialmente en el sur de Brasil, surge una pregunta recurrente: ¿invertir en el manejo del suelo o aprovechar la estación para generar ingresos con cultivos de grano? Balardin destaca que no hay una única respuesta. “Cada propiedad tiene sus particularidades. Lo ideal es combinar estrategias y rotar áreas según la necesidad de recuperación del suelo o el objetivo económico.”
Las alternativas para este período van desde cultivos de grano como trigo, cebada, avena blanca y centeno, hasta especies destinadas exclusivamente a la cobertura del suelo, como avena negra, veza, nabo forrajero y mijo. La elección influye directamente en la extracción de nutrientes, en el volumen de rastrojo residual, en el costo de implantación e incluso en el comportamiento de enfermedades y plagas.
Mucho más que una cobertura
El impacto positivo del manejo invernal no se limita al suelo. La rotación de cultivos contribuye significativamente a la sanidad de los cultivos. “Se reduce el inóculo de enfermedades necrotróficas y el avance de malezas. Además, la cobertura favorece la actividad biológica del suelo y crea un ambiente más equilibrado, con mayor presencia de antagonistas naturales frente a los patógenos”, comenta el especialista.
Aunque algunos cultivos de cobertura pueden servir como hospedantes para insectos, el balance es positivo: los datos muestran una mejora sanitaria tanto en la parte aérea como en el sistema radicular de los cultivos de verano.
Y los resultados son medibles. Relevamientos de DigiFarmz y de iniciativas como el Desafío de Máxima Productividad del CESB indican que los productores que adoptan estrategias de cobertura en invierno registran aumentos anuales de productividad entre el 7 % y el 10 % en soya. El propio CESB observa que, entre los participantes que superan las 100 sacas por hectárea, existe un patrón de atención al manejo del suelo y al uso estratégico del invierno como etapa preparatoria.
La productividad se construye
Balardin refuerza que alcanzar altos niveles de productividad no es resultado de una práctica aislada, sino de un proceso gradual y estratégico. “El manejo de invierno debe considerarse parte de una construcción a largo plazo. No se trata de descartar el cultivo de grano en invierno, sino de identificar áreas de la propiedad que requieren regeneración y priorizar ahí un manejo más sostenible”, explica.
La sugerencia es clara: en áreas ya bien estructuradas y con buen historial de rendimiento, los cultivos de grano pueden generar ingresos. Pero en zonas con señales de compactación o baja productividad, lo ideal es invertir en coberturas y en la recuperación del suelo.
El invierno como aliado
Independientemente de la estrategia adoptada, es en el invierno donde se define buena parte del potencial de la cosecha de verano. “Incluso si se realizan correctamente todas las labores culturales, si el suelo está comprometido, cualquier restricción —hídrica, nutricional o sanitaria— puede limitar la productividad de la soya”, concluye Balardin.
La lección es clara: la entresafra no es una pausa en el ciclo productivo, sino un capítulo esencial en la construcción de cultivos más resilientes, sostenibles y rentables.